Y sus ojos se tornaron grises,
como la ceniza de un miércoles,
cual niebla londinense
en un invierno cualquiera.
Nada pudo consolarla, nada...
Y cuando abrió la puerta
de la nostalgia,
cayó apesadumbrada
en que solo el tiempo
podría aligerar el peso
de no haber estado
en el momento y lugar adecuado.
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